Se acaban de cumplir 30 años de la salida de
un disco fundamental para la historia metalera y crucial para la carrera de
esta banda: The Number of the Beast. El tercero de su producción y el primero
con Bruce Dickinson en la voz, luego de la expulsión de Paul Di’anno, un buen
cantante pero que no cubría las expectativas de sus compañeros, sobre todo de
Steve Harris, fundador y capitán por siempre de la Doncella de Hierro. No tenía
esperanzas de que Di’anno pudiera acompañarlo en la complejidad compositiva que
pretendía para el futuro de Maiden. Con Dickinson al frente, esto fue posible,
de ahí el crecimiento de la banda respecto de sus anteriores trabajos.
A partir de ese momento, Harris se encontró
mucho más acompañado a la hora de elaborar las canciones. Dickinson colaboró
hasta cierto punto debido a un conflicto legal que mantenía con su banda
anterior, Samson, por el cual no podía firmar ningún tema. Los que sí pudieron
hacerlo fueron el excelente violero Adrian Smith y el recientemente establecido
baterista Clive Burr.
Y si se trata de un disco tan importante es por
varios de sus temas: The Number of the Beast, pesadilla musicalizada que abre y
le da nombre al álbum. 22 Acacia Avenue, el lugar donde podés ir si te sentís
deprimido y solitario, un puterío digamos, donde por unas pocas libras sacarte
el bajón de encima; tema también en el cual Dickinson muestra parte de su
artillería vocal, de lo mejor del disco y de la carrera de Maiden. Run to the
Hills, poderosísimo grito que invita a escapar de la masacre de la
colonización, desde el punto de vista de conquistadores y conquistados.
Y
Hallowed be Thy Name: la gran obra que cierra la placa. Épica, enérgica y
escalofriante historia sobre las últimas horas de un condenado a muerte. 7
minutos y algo sin ningún desperdicio, un tema que pasa por varios climas,
dramático, casi teatral. Una acabada muestra de lo que, gracias a la
incorporación del fabuloso Dickinson y al vuelo compositivo liberado de Harris,
la banda iba a ser capaz de entregar de allí en más. Como lo hizo con gran
disco tras otro: Peace of Mind, Powerslave, Somewhere in Time y Seventh Son of
a Seventh Son, cerrando así su década dorada.